Cuando cuidamos nuestro huerto o jardín, nos preocupamos de que las plantas tengan agua y alimento, de que no tengan enfermedades o plagas, de que en definitiva, luzcan sanas y bonitas.
Para ello, observamos lo que pueden ver nuestros ojos: la superficie de la tierra, tallos, hojas, flores o frutos, y hacemos un diagnóstico y actuamos. Decidimos si tenemos que regar, echar fertilizante, podar, rastrillar, o si por el contrario, no conviene hacer nada.
¿Nos hemos parado a pensar en algún momento, que la salud de nuestras plantas depende en buena parte, de lo que ocurre allí donde nuestros ojos no alcanzan a ver? porque está fuera del alcance de nuestra vista, en el suelo, ahí abajo, donde se desarrolla un mundo tan vivo como el exterior.
El suelo, además de ser el soporte físico de las plantas, proporciona nutrientes, oxígeno y agua. Las raíces de las plantas comparten ese espacio con un gran número de microorganismos, así como con pequeños mamíferos, hormigas o lombrices. Todos ellos contribuyen de alguna manera a desintegrar la materia orgánica que hay en el suelo, como son los restos vegetales o animales muertos.
Las plantas necesitan que los nutrientes estén en forma inorgánica. Por eso es tan importante la existencia de los microorganismos, bacterias y hongos, los cuales descomponen la materia orgánica del suelo, liberando los elementos inorgánicos asimilables por las raíces. Otra parte de los nutrientes inorgánicos provienen de la atmósfera, y de la desintegración física y descomposición química de minerales y rocas.
Los microorganismos son muy variados, y se relacionan entre ellos de muy diferentes formas: desde no tener relación ninguna, a relacionarse a través de terceros, pasando por el sinergismo cuando el trabajo en común beneficia a ambos, hasta llegar a la depredación y al parasitismo.
Y toda esta actividad ocurre en el suelo, en una zona alrededor de las raíces de las plantas llamada “rizosfera”. Se produce una actividad de intercambio de elementos entre los microorganismos, y entre éstos y las plantas, de forma directa o indirecta. En ese entorno también son necesarios agua y oxígeno, los cuales se albergan en el espacio poroso del suelo.
Como ejemplo de estas relaciones tan diversas, tenemos ciertos hongos que juegan un papel fundamental en la nutrición mineral de algunas plantas. Son hongos que se ponen en contacto con las raíces, y establecen una relación simbiótica de beneficio mutuo. Forman lo que se denomina “micorrizas”, y tanto la planta como el hongo obtienen beneficios de esa relación.
En definitiva, las bacterias y los hongos son microorganismos descomponedores, encargados de reciclar la materia orgánica para que pueda ser reutilizada por las plantas. Cierran el ciclo de la vida, contribuyendo a que vuelva a ser útil la materia que estaba muerta.
Por tanto, su actividad es completamente necesaria para que haya vida en la tierra.